Extracto TdP México en llamas (16/01/1994) (https://elpais.com/diario/1994/01/16/opinion/758674807_850215.html)


Yo estaba por esos mismos días del alzamiento en Chiapas recorriendo las ruinas mayas del Estado vecino de Yucatán, y los acontecimientos me sorprendieron en Mérida, la capital yucateca. Allí vi, por televisión, al joven y desenvuelto Comandante Marcos, detrás de su pasamontañas y acariciando su FAL, anunciar los objetivos de la rebelión: acabar con el capitalismo y la burguesía y establecer el socialismo en México, para traer justicia y pan a los indios empobrecidos por el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá (que, precisamente, empezó a funcionar el primero de enero). El distraído guerrillero no parecía saber por qué cayó el muro de Berlín ni haberse percatado de que el golfo de México y el mar Caribe hierven de balsas de fortuna en que desesperados cubanos, hartos del escorbuto y las dietas de raíces y flores que les trajo el socialismo, están dispuestos a que se los coman los tiburones con tal de llegar al infierno capitalista, incluso en versión mexicana. Por eso, y pese a ser un crítico severo del sistema antidemocrático que impera en México (por haberlo llamado "la dictadura perfecta" muchos paniaguados del régimen priísta me llenaron de improperios), creo que la insurrección zapatista de Chiapas debe ser condenada sin eufemismos, como un movimiento reaccionario y anacrónico, de índole todavía más autoritaria y obsoleta que la que representa el propio PRI, un salto atrás ideológico que, en la utópica hipótesis de que conquistara el poder, no disminuiría la corrupción ni aumentaría en un ápice la limitada libertad de que goza el pueblo mexicano, más bien la trocaría en un verticalismo totalitario asfixiante, y, además de dictadura política, infligiría a México en el campo social y económico lo que -sin una sola excepción- han traído siempre a los pueblos el estatalismo y el colectivismo: un desplome de su aparato productivo y una pobreza generalizada.