Extracto TdP Cuando París era una fiesta (19/03/2002)

https://elpais.com/diario/2002/03/19/opinion/1016492408_850215.html


"No exagero si digo que pasé toda mi adolescencia soñando con París. Vivía entonces, en la embotellada Lima de los cincuenta, convencido de que ninguna vocación literaria o artística alcanzaba la mayoría de edad sin la experiencia parisina, porque la capital de Francia era también la capital universal del pensamiento y de las artes, el foco del que irradiaban hacia el resto del mundo las nuevas ideas, las nuevas formas y estilos, los experimentos y los temas que, al mismo tiempo que liquidaban el pasado, sentaban las bases de lo que sería la cultura del futuro.

Dada la indigencia de las artes y las letras en la Francia contemporánea aquellas creencias pueden ahora parecer bastante tontas, la ingenuidad de un joven provinciano y subdesarrollado seducido a la distancia por el romántico mito de París. Pero la verdad es que el mito estaba bastante cerca de la realidad todavía en 1959, cuando, en estado de trance, inicié por fin mi estancia parisina, que se prolongaría cerca de siete años. Las grandes figuras intelectuales cuyas obras e ideas reverberaban por casi todo el globo estaban aún vivas y muchas de ellas en plena efervescencia, de Sartre a Camus, de Malraux a Céline, de Breton a Aragon, de Mauriac a Raymond Aron, de Foucault a Goldman y de Bataille a Ionesco y Beckett. La lista podría ser larguísima. Es verdad que el nouveau roman, de Claude Simon, Robbe-Guillet, Nathalie Sarraute y compañía, de moda entonces, pasaría como fuego fatuo sin dejar muchas huellas, pero ese movimiento era apenas uno entre varios otros, como el del grupo Tel Quel, organizado bajo el influjo del brillantísimo sofista Roland Barthes, uno de cuyos cursos del tercer ciclo en la Sorbona seguí con una mezcla simétrica de fascinación e irritación. Barthes se escuchaba hablar, tan embelesado de sí mismo como lo estábamos nosotros, sus oyentes, y contrarrestaba su enorme cultura con soberbias dosis de frivolidad intelectual.

No sé si en los años sesenta París era todavía la capital de la cultura. Pero, a juzgar por la magnífica exposición de la Royal Academy, de Londres, dedicada a 'París, capital de las artes 1900-1968', no hay duda, aún lo era por lo menos en este sentido: ninguna otra ciudad en el mundo la había reemplazado como el imán que atraía y asimilaba a tanto talento artístico y literario procedente de los cuatro puntos cardinales. Al igual que los rumanos Cioran y Ionesco, el griego Castoriadis, el belga Caillois o el suizo Jean-Luc Godard innumerables músicos, cineastas, poetas, filósofos, escultores, pintores, escritores salían de sus países, por fuerza o por libre decisión, y corrían a instalarse en París. ¿Por qué? Por las mismas razones por las que el chileno Acario Cotapo consideraba que para cualquier escritor en ciernes era indispensable 'la respireta parisina'. Porque, además de la estimulante atmósfera de creatividad y libertad que allí reinaba, París era, culturalmente hablando, una ciudad abierta, hospitalaria al forastero, donde el talento y la originalidad eran bienvenidos y adoptados con entusiasmo, sin distinción de origen".