Foto con H. M. Enzensberger. Salzburgo, Austria, agosto de 1999. 



"Desde que Gérard Mortier lo dirige, el Festival de Salzburgo es escenario de controversias, y muchos habituales están felices de que el belga se vaya -según ha anunciado- dentro de un par de años, pues lo acusan de haber aplebeyado y posmodernizado los festejos con que celebra el genio de Mozart su ciudad natal. Es verdad que lo ha hecho, pero no creo que, con su empeño en abrir Salzburgo a gente nueva, músicos y compositores recientes y a la vanguardia, haya traicionado al creador de Don Giovanni, espíritu irreverente y zumbón, y, en su época, adelantado de la modernidad. Por lo demás, sin Mortier jamás hubiera delirado Salzburgo, como lo hizo la noche del 19 de agosto, con el montaje de La condenación de Fausto (1848), de Héctor Berlioz, producido por la Fura dels Baus, con los coros del Orfeón Donostiarra y la dirección de Jaume Plensa. Para ganar mi ración de inmortalidad o de ignominia, diré de entrada que desde que comencé a asistir a la ópera, hace ya muchos lustros, éste es, con el montaje de Moisés y Aarón, de Arnold Schönberg, que hizo aquí mismo Peter Stein, lo más original, imaginativo y bello que me haya tocado ver sobre un escenario […] Una de mis constantes frustraciones como espectador de teatro y ópera con los montajes contemporáneos de los clásicos, es que a menudo éstos se convierten en mero pretexto para el alarde egolátrico y narcisista de directores y productores, que no vacilan en desnaturalizar -a veces asesinar- la obra original para exhibir mejor su talento o lucir sus disfuerzos"